sábado, 31 de janeiro de 2015

En "National Geographic Channel" (2006)


También en el 2006,

Jorge Enrique Abello
es la voz en off, o Narrador,

de dos Documentales
de National Geographic Channel,

que son:

* Los secretos del Código Da Vinci

* El Evangelio prohibido de Judas.



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sexta-feira, 30 de janeiro de 2015

Sí mismo en "Los Reyes" (2006)


En el 2006
Jorge Enrique Abello
fue invitado especial
en la telenovela
"Los Reyes",

donde se interpretó
a sí mismo,
en una muy divertida
situación.



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quinta-feira, 29 de janeiro de 2015

"Alonso, el Caricontento" (2006)

En el 2006
Jorge Enrique Abello
protagoniza
"Llama del fijo amor",

una telenovela
en un formato diferente,
de 40 capítulos
de un minuto cada uno,

que se transmitió ese año
durante la programación
del canal RCN
y a razón de
2 capítulos semanales.

“Una novela durante comerciales”.

Su papel,
"Alonso, el Caricontento".



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quarta-feira, 28 de janeiro de 2015

"Decisiones", "Marcos Rivero" (2005)

En el año 2005
Jorge Enrique participa
en la serie de televisión
"Decisiones",

su personaje
"Marcos Rivero".



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terça-feira, 27 de janeiro de 2015

segunda-feira, 26 de janeiro de 2015

"Hamlet" - Horacio (2005)


También en el 2005,
Jorge Enrique Abello
es parte de la obra teatral
"Hamlet"

en el papel
de Horacio.



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domingo, 25 de janeiro de 2015

Por las víctimas del tsunami (2005)


En el año 2005
Jorge Enrique Abello
participa en la Gala
por las víctimas del tsunami,

"Unidos por el mundo"
de Telemundo / R.T.I.



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sábado, 24 de janeiro de 2015

"Damián Ángel" (villano)


En "Merlina, mujer divina"
Jorge Enrique es el villano,

Damián Ángel.



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quinta-feira, 22 de janeiro de 2015

"... causante de tanto Miedo?"


Mi Nombre es Nadie

Pesadillas de un Insomne

Quién es el causante de tanto Miedo?

Por Jorge Enrique Abello




Es tarde, mi mujer ya se ha entregado al sueño, una sirena lamenta con su canto la noche, no tiene dientes verdes, ni habita en el agua, pero en su panza lleva a un hombre moribundo, así cantando lo anuncia, un perro le ladra para espantarla, no es de los míos, ellos también duermen. Reviso que mi hija esté bien cubierta, la noche es fría. Sin más remedio apago la luz y sin quererlo trato de conciliar el sueño que se me escapa por todos los poros, cierro los ojos y temblando recibo la visita indeseada, “the nightmare” como la bautizaron los anglosajones, “la yegua de la noche” en su nombre poético o la pesadilla, como comúnmente la solemos llamar. Se hace a un espacio en mi cama y me abraza dulcemente y al oído comienza a murmurarme todos los miedos; hipnotizados, mis ojos se abren y entre las sombras veo el cuerpo de una mujer inerte cubierta de escombros, con los brazos desmadejados en cruz, cerrados los puños por la impotencia, la boca abierta llena de tierra hasta los labios y mirada detenida.

La dama de la noche me conoce y sabe que quiero escapar a su sombrío encanto, me toma de las manos como a un hijo y me lleva por el sendero que no quiero recorrer, para mostrarme pequeños ataúdes blancos, con ángeles amortajados que jamás volverán a volar, con sus ojitos hinchados y las manos destrozadas por la peste de la violencia que no perdona a nadie… me susurra al oído, “hombre lobo para el hombre”… hombre-lobo. Veo hombres con hondas lanzando piedras y otros hombres que les contestan con balas, los veo a todos cubiertos por fuego, sé que no es el infierno, esto es obra del hombre. No quiero ver más, ella sonríe y deja escapar su aliento helado como brisa de madrugada y me pregunta que si quiero saberlo, que si quiero saber quién está de todos esto, de los gritos, de las lágrimas, del horror de la desesperanza; quién es el dueño de la tempestad, quién ha decidido tomar la máscara de Dios y ocultar su rostro en ella para señalar quién morirá mañana.

Me pide que me siente, justo al frente y sentado cara a cara está el otro, el asesino, el destructor, y me pide que la hable, pero no quiero, no puedo hacer nada, ni salvar a nadie, quiero despertar pero la vieja dama me lo impide y cantando se aleja dejándome solo frente al monstruo. Sé que la única forma de escapar es prendiendo la luz y de regreso en mi cuarto, en el sobresalto de la resurrección, darme cuenta de que todo era una pesadilla, y olvidar, por encima de todo olvidar… pero no puedo, él prende la luz primero y quedo preso en mi sueño que es su vigilia. Quedo pasmado frente al ángel exterminador, que seguro me devorará, abro los ojos para ver mi último momento como si fuera una bocanada de aire y lo veo… del otro lado de la mesa, con la mano aún sobre la lámpara, absorto y mudo me veo, muerto de miedo, a mí mismo mirándome como para reconocerse.



©2 0 0 4 Revista Rolling Stone Colombia Abril 2 0 0 4




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quarta-feira, 21 de janeiro de 2015

"... despedida de un suicida"



Mi Nombre es Nadie

Carta de despedida de un suicida

A diez años de la muerte de Kurt Cobain

Por Jorge Enrique Abello






Cuando levantó la cabeza ella ya estaba allí; La dama blanca terminó de acomodarse y se sentó frente a él. Hacía días que no se veía las caras, hacía años que él no miraba su rostro en un espejo, hacía sólo un rato que se había dado cuenta que el tiempo se había terminado y que la banda de músicos había decidido tocar hasta la madrugada, mientras el agua terminaba de hundir el barco. El recital seguiría en el fondo del mar, lejos de casa, entre medusas y esponjas gigantes, entre belugas y coral muerto, la caricia del silencio haría más amable lo eterno de su despedida.

No había ya nada atrás, el pasado eran sólo murmullos que se agolpaban en la puerta del garaje queriendo entrar; él la había cerrado bien y no lo iba a permitir, no volvería a abrirle la puerta a aquel pequeño niño de siete años que le daban droga para quedarse quieto, para no ser el raro, para amarrarse los zapatos"bien", como lo hacen los otros niños que no importunan a nadie pero que aprenden desde temprano a odiar.

Golpeaba la puerta también el jorobado, el monstruo adolorido que como todos los freaks no se pierde fiesta, quería entrar y sentarse allí en medio de los dos y mostrar ese tumor calcificado que le rompía el lomo y enquistaba en las tripas, de la mala leche que le inflaba el estómago como un balón ortopédico, de los erizos que le corrompían las entrañas y se las devoraban hasta obligarlo a gritar como un cerdo desangrándose mientras todos aplaudían el hálito de oro en su voz de ángel.

Estaba "ella", Eva o demonio, corriendo alrededor de la casa, con su pequeña hija de la mano, buscando patear la puerta con sus piernas de porcelana, buscando los picaportes para romperlos con sus manos minerales, para quemarlo todo con su aliento de fuego y al fin entrar y tomarlo entre sus brazos llenos de escamas y apretarlo y matarlo de asfixia como años antes y con dulzura ya lo había hecho mamá, con todo el amor de que es capaz una mujer...

La última llovizna de la madrugada estaba terminando de caer y mientras todos querían entrar, ellos dos seguían allí, el uno frente al otro, mirándose a los ojos, embelesados, sin melancolía, sin sueños, por que eso es la vigilia, el puente entre la razón y la pesadilla, la certeza de pertenecer y habitar como ningún otro ser humano puede, dos mundos al mismo tiempo. Años atrás, cuando importaba, alguien muy preocupado le había dicho que eso se llamaba esquizofrenia y que al igual que el dolor se curaba con droga... pero droga para qué, pensaba él, que lo único que quería era luchar para estar despierto, para ver una y otra vez la caída del sol sobre el cielo industrial de Seattle, para ver correr a Frances por entre los cerezos en medio de risotadas y besos, para rasgar la guitarra de madera hasta el alba, con los ojos apretados como puños y las pupilas como caminando para adentro buscando a ver qué es lo que palpita entre el pecho.

El primer pájaro de la madrugada cantó la canción del "hombre muerto que camina" y la dama blanca sonrió y se levantó de su silla sin tocar el suelo y flotando se acercó hasta él y le brindó el arma, el acero helado, el dolor perpetuo y con un beso en la frente se despidió. Nunca más se volverían a ver, nunca más se citarían a duelo, ya no volverían a encontrarse para jugarse el azar, esa madrugada Kurt Cobain supo que había perdido la vida, abrió la boca como para entonar la despedida y antes de poder emitir alguna nota se disparó en la cara y cayó sobre su espalda para no levantarse jamás.

Aún hoy, después de diez años, no pudo con su acto detener la pesadilla, aquí seguimos todos, antropófagos y caníbales, comiendo de sus entrañas y el mundo sin él no será ningún Nirvana.



©2 0 0 4 Revista Rolling Stone Colombia Marzo 2 0 0 4




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terça-feira, 20 de janeiro de 2015

"... despúes de la pesadilla"



Mi Nombre es Nadie

Felíz Año Mr. Orwell

20 años despúes de la pesadilla

Por Jorge Enrique Abello




Ya pasaron veinte años desde la apocalíptica fecha de Orwell en 1984 y el mundo, aunque no tiene ese imaginario visual Maoísta de la película, basada en el libro, si se parece a la gélida versión del futuro que el escritor propuso. El ojo público y único desde el cielo de los mass media, los satélites artificiales y el totalitarismo nos cobija, somos cada vez más masa y menos individuos, cada vez más esclavos y menos hombres, cada vez más dominados y menos artistas.

Nuestras costumbres se pierden en el olvido mientras la globalización día a día se convierte en el nuevo Dios. Nos queremos parecer al modelo pero no a nosotros mismos, nos perdemos de conocer a nuestro propio ser para ser aquella mujer u hombre exitoso de los comerciales y la publicidad, ese “ Sicópata Americano” que ya ni soporta las moscas sobre la mesa,que ansía terminar lo que no se acerca a su esquema con un sobrio “hasta la vista”.

Hey, ¿por qué no cambiar? ¿por qué no ser lo que somos y “En Nombre Del amor”, como canta Bono emulando la hídrica figura de ensueño de Martín Luther King, combatir el profético destino marcado por Orwell en su libro y darle la vuelta a ese sino trágico y patético que se cierne sobre nuestra individualidad y nuestra poética?

Así que para darle la bienvenida a 2004 voy a conjurar “En Nombre Del Amor” a Puff Daddy y a Britney Spears para que nunca seamos como ellos, ni nos casemos a escondidas en las Vegas o regalemos Rolex en “orgipiñatas” para nuestros amigos; voy a conjurar “En Nombre del Amor” a Mr. Bush para que aquellos que manejan el mundo sepan que hay que firmar tratados como el de Kioto, que elimina la proliferación de gases tóxicos sobre el planeta e impide la congelación de los polos y el calentamiento global, o los tratados mundiales de eliminación de armas nucleares.

Conjuro a todos aquellos que ganaron las batallas y que estimulan la guerra como una solución para las diferencias entre los hombres para que “En Nombre Del Amor” bajen sus armas y abracen a sus enemigos.

Conjuro a aquellos que creyeron que la felicidad es ser rico a los treinta sin importar por encima de quiénes pasen; “En Nombre Del Amor” conjuro a todos los que se creyeron el cuento de que para “ser” había que meter perico, o ser bisexual, tener convertible o ser el macho reproductor de la especie y dejar que la selección natural acabe con los más débiles,los gordos, los de gafas, los feos, los pobres, los sudacas, los indios, los árabes o los negros.

Sonríe blanco neón, ten tetas de plástico, usa cartera Louis Vuitton falsa y botas de cuero de culebra, oxigénate el pelo, que todo sea cool, ve de la mano de tu novio narcotraficante y olvídate de lo que pudo ser, y a punta de cirugías no fue y se convirtió en masa. A ti también te conjuro para que así la belleza sea el sin ónimo de diversidad, sea el alter ego de lo otro, para que al fin seamos la metáfora de la tolerancia y no matemos más en nombre de Dios, y la prostitución o el dinero.

En Nombre Del Amor despertemos de la pesadilla de Orwell



©2 0 0 4 Revista Rolling Stone Colombia Marzo 2 0 0 4




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segunda-feira, 19 de janeiro de 2015

"... pero sin Sudadera"


Mi nombre es Nadie

Ser o no Ser... pero sin Sudadera

Hip hop para unos, pero, para todos?

Por Jorge Enrique Abello




No he querido, ni he podido acostumbrarme, no son mis 35 años, ni mi pasado de canción protesta, ni la influencia de los Beatles o The Doors. No son las descargas de Tito Puente, o los Boleros de Daniel Santos, no es Bono hablando de Desmond Tutu desde los trasnochados ochentas, sudando bajo su sombrero vaquero mientras The Edge pedalea cambiándole la estridencia retro al Rock en "Silver and Gold". Tampoco es la "Layla" de Clapton, o un delirante Roger Walters viendo en vivo caer el muro de Berlín al grito de "Another Brick in The Wall", ni siquiera el viejo Charly desde Luna Park o "De música ligera" de Soda Stereo... es que ¡maldita sea!... me niego a vestirme de sudadera azul años setenta con líneas doradas y zapatillas deportivas blancas estilo equipo alemán de micro-fútbol.

No quiero parecer un proxeneta del Bronx con mi inicial del tamaño de un zapato de bebé colgando del cuello, bordeada de diamantes y oro de 24k. No quiero ponerme gorros de croché, o dejarme crecer la uña del meñique para raspar el mango nacarado de un inútil bastón de mando con borla de cristal. No voy a usar abrigos de cuero con cuello de peluche o pieles de oso polar y gafas negras con marco en forma de corazón o esterilla... nooooooooo, ni un solo anillo de diamante rosado para encontrar reconocimiento y poder ser parte de la nueva ola del "hip hop" que hoy, y en contra de la diversidad y la biodiversidad ahoga cualquier otra manifestación cultural y musical en el mundo.

Bautízate con nombre de caricatura como: "Snoop Doggy Dog" o como alias de guía surcoreano: " 50 Cent", filma un vídeo con Cadillacs rosados, rodeado por varias nenas de barriada, color canela y cuerpo peligroso, que sepan menearlo en el diámetro de una baldosa de baño turco, mientras sus caras de piedra no expresan nada y sus ojos se cierran en cámara lenta bajo el velo metálico de sus pestañas postizas. Rompe el grifo de la esquina en una soleada tarde de verano, para que la fuerza del chorro haga un puente de agua que cruce la calle y así niños negros jueguen a "la felicidad" y los pandilleros remojen sus cacharros viejos en el agua.

Rompe la cotidianidad de esta escena con un grupo de bailarines " break" con mini trenzas en el pelo y boinas blancas, y en un ataque de creatividad deja que un niño de ocho años se desparrame por el piso dando vueltas sobre la espalda como una licuadora, mientras toda la fauna ya nombrada aplaude como si fuera la primera vez.

La canción del vídeo que hagas, por favor que hable de cosas lindas como dinero, automóviles, drogas o simplemente que cuente la historia de tu vida en el barrio bajo. Cántala acompañado de un gordo de 120 kilos, pelado y vestido como Mr. T y en los momentos álgidos de la interpretación déjale que hable a lo desiderata, pero que sin que se le entienda nada, tan sólo uno que otro "" o "mamma".

Si cantas apretando los cachetes hacia adentro, aleteando con las fosas nasales y con voz de niña, habrás logrado el tono deseado y por lo tanto el éxito, la fórmula que hoy todos usan para ganar millones o por lo menos para ser aceptados como nuevos y creativos artistas. Porque una cosa es P. Diddy o Tupac, que vivieron en los barrios pobres.

Pero ahora desde Madonna, La Reina, hasta J. Lo, la plebeya, todas quieren hacer parte de las pollitas de los "nuevos chulos". Niñas del club de Mickey como Christina Aguilera las copian. Todos quieren contar su historia al son de la calle, con las palabras de la calle, con el ritmo de la calle, pero hasta donde yo recuerdo la esencia de la calle es la pluralidad, la multi etnia, la expresión, la desclasificación, el rico y el pobre, el individuo y la masa a la vez, la telaraña de muchos hombres y mujeres, la soledad, el amor, la muerte y la maldad, la familia, las lenguas muertas, las viejas, las vivas, la posibilidad de ser otro o el mismo, de no ser nadie, de la poesía y la prensa... uno escoge... escoge, de eso precisamente se trata, de escoger y no de lo contrario: la lapidación de la voluntad, de la expresión y el arte.

"No te dejes engañar, busca el mundo y su razón..." cantaba Blades. No a la globalización, sí a la invención...

©2 0 0 3 Revista Rolling Stone Colombia Diciembre 2 0 0 3


Diciembre 2003 ©Revista Rolling Stone Colombia


(texto extraído de http://yosoybettylafea.altervista.org/seronoser.htm)


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domingo, 18 de janeiro de 2015

"muy campeón, pero detestable"



Mi Nombre es Nadie

... Y perdona por lo del Tuteo

Schumacher puede ser muy campeón,
pero es detestable

Por Jorge Enrique Abello




Michael Schumacher, nunca, créeme, nunca serás un Rolling Stone, así pilotees un Ferrari a 350 km/h. Si Andy Warhol te hubiera conocido, hubiera serigrafiado tu versión pop en marrón. Sí, eres el campeón, de acuerdo, seis veces campeón, vale, le hiciste morder el polvo a Fangio, me lo aguanto; rompes estadísticas en cada carrera y luego das declaraciones a la prensa en tu inglés “British” de niño educado, lo acepto; tienes lo que los entendidos llaman “suerte de campeón”, pero pasarás a la historia, por lo menos para mí, como el campeón más aburrido de todos los tiempos, eso sin contar con que le ganaste a Montoya (el sí con sangre en las venas, no con “chucrut” como tú), rebasando en bandera amarilla sin ser penalizado. Mi querido Michael, no confío en ti, no puedo confiar en alguien que juega partidos de beneficencia y corre a toda mierda, como si estuviera apretando un fríjol con las nalgas. Si David juega fútbol adornando su trasero con los calzones de Victoria, yo estoy seguro que tú lo haces con el corsé de tu abuelita.

Eres un largo bostezo en la tarde después de una sopa de calabaza. Estoy seguro que en tu intimidad y cuando nadie te ve, mientras caminas por el cuarto de un hotel cualquiera, con tu andar sonámbulo y estacado, te embelesas oyendo al Julio Iglesias de los teutones, que gracias a Dios no canta, pero eso sí a punta de salticos roedores y varias horas de champú y secador, se dedica a torturar al pobre de Strauss con sus valses de satín rosado. A todo volumen debes poner a André Rieu, mientras se te va la mirada y se te escurren las medias de nailon que llevas apretadas hasta las rodillas. Algún día te producirán várices y, atestado de euros, en una isla del Caribe las mostrarás sin pudor, adornado de unas buenas chanclos azul fosforescente como para parecer un lugareño más, mientras tu última “ experiencia antropológica” te acaricia la espalda al compás de Richard Clayderman, que estoy seguro es otro de tus preferidos.

Dale gracias a Ayrton, que se fue antes de tiempo, a Enzo que se inspiró y al dueño de la Fórmula 1, que es capaz de hacer llover con tal de que tus llantitas Bridgestone, que sólo sirven en el agua anden más rápido que las de Montoya, que ese sí y para que lo vayas sabiendo, es un “varón” no “rojo” como tú Schumi, sino un varón de los de verdad. Además quiero contarte que, “Schumi” por estos lares es un marrón o rulo que se ponen las señoras en la cabeza para el pelo.

Tú, Mickey eres el Mouse de Europa, y vas caminando por la vida de la mano de Walt Disney, porque ganaste la Indianápolis, una fantasía que ni yo me creo.

Debes estar aún riéndote a mandíbula batiente (para eso la tienes bien grande), de Montoya y Kimi, pero quiero que sepas algo, desde acá, desde un lugar que jamás conocerás, donde tus adenoides nunca se maltratarán por la contaminación, desde este continente inventado y amañado por el tiempo, repleto de sudacas morenitos pero valientes, quiero decirte que eres el tipo más ABURRIDO que he conocido en mi vida, te escapaste del museo de cera de Madame Tussaud y, que cuando recibas los laureles por el sexto título va ser tan jarto como un partido de Scrabble en un internado de monjas. Michael Schumacher, has hecho de la adrenalina de la Fórmula 1, un desabrido y melancólico jugo de apio.


©2 0 0 3 Revista Rolling Stone Colombia Octubre 2 0 0 3



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sábado, 17 de janeiro de 2015

"Mi nombre es nadie" (2003 - 2004)



En el 2003 y 2004
Jorge Enrique Abello
participa en la Revista
"Rolling Stone" Colombia.



Los artículos que escribe
en esta columna,
"Mi nombre es nadie",
son los siguientes:

Octubre 2003 - ...Y perdona por lo del Tuteo

Diciembre 2003 - Ser o no ser,pero sin sudadera

Febrero 2004 - Feliz año Mr. Orwell

Marzo 2004 - Carta de despedida de un suicida

Abril 2004 - Pesadilla de un insomne


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sexta-feira, 16 de janeiro de 2015

"Anita me permite disfrutar la comedia"

Jorge Enrique Abello: "Anita me permite disfrutar la comedia"

El actor colombiano se trasladó a Miami para trabajar en una telenovela que le permitía encarnar a un protagonista diferente con una buena dosis de humor, en esta entrevista revela como ha sido este nuevo reto

Dejando atrás el personaje de Don Armando en “Betty, la fea” que lo lanzó a la fama y Antonio en “La Costeña y el Cachaco”, vemos de nuevo a Jorge Enrique Abello en la telenovela “Anita, no te rajes” como Eduardo Contreras, un simpático ejecutivo millonario.

El actor colombiano tiene una buena oportunidad para demostrar sus dotes como comediante con la traviesa "Anita", producción que le cambió la vida ya que tuvo que trasladar a su familia a Miami.






P: ¿Este personaje es más divertido?

R: Es mucho más ligero y sosegado, no es tan neurótico como el arrogante “Don Armando” de Betty, la fea. Éste es un tipo distinguido, divertido y nada convencional. Por eso me gusta esta comedia, porque siempre estoy envuelto en una serie de situaciones muy divertidas, pero a la vez están cargadas de drama, pues el pobre las sufre de verdad.



P:¿Te atrajo esta serie porque era tipo comedia? 

R :Quería algo diferente como protagonista. Me encanta el humor y es lo que más se me da, además lo puedo manejar con sólo una mirada que lo dice todo. Pero el humor sólo es bueno cuando convence a la gente. Espero que le guste al público que es el tiene la última palabra.

P: ¿Qué nos puedes adelantar de la telenovela “Anita, no te Rajes”? R: Es una producción de Telemundo y RTI, está dirigida por David Posada y narra, en tono de comedia, la vida de Anita Guerrero, una inmigrante mexicana a la que da vida Ivonne Montero.



P:¿Cuál es tu personaje? 

R: Se llama Eduardo Contreras. Es un arquitecto muy “fashion”, que nunca ha tenido que luchar por nada en la vida. Pero, las cosas se le complicarán cuando se enamore de la dulce Anita.



P: ¿Cómo es la relación con Ivonne Montero?

R: De maravilla, es una actriz con mucho carisma y talento. Siempre me llevo bien con mis compañeras. Incluso hasta me encantaría trabajar de nuevo con Ana María Orozco, pues con ella llevo una linda amistad pero por ahora, está dedicada completamente a la maternidad.



P: ¿Has tenido que prepararte el papel de alguna manera especial?

R: Sí, he tenido que aprender a hablar más despacio y con un ritmo natural. Pensaba que los que se comían las letras y no pronunciaban bien las palabras eran los “costeños” (en Colombia, los naturales de la costa), pero me he dado cuenta que los “bogotanos” (de Bogotá) también hablamos mal. Lo único que me han exigido es que me entiendan y elimine los modismos para no confundir a los espectadores.



P:¿Cómo te surgió la posibilidad de ser el protagonista?

R: El personaje no fue escrito para mí; sin embargo, cuando decidieron que necesitaban un actor con habilidades para el humor, me llamaron. Eso sí, me pidieron que hiciera una prueba. Creo que querían cerciorarse de que no era calvo, gordo y feo. (Risas)



P: ¿Se parece Eduardo a alguno de tus papeles anteriores?

R: No, es muy distinto. Éste es alegre, moderno y cómico.



P:¿Crees que te pudiera pasar un caso semejante al de la novela en tu matrimonio, y que te enamores de otra mujer? 

R: Llevo 6 años de feliz matrimonio con Marcela. Y no creo que uno se enamore todos los días, ni de las personas con las que trabaja. Mi esposa y yo hemos hecho un hogar como siempre lo habíamos soñado y todo gira alrededor de nuestra hija Candelaria. A mí me llegó mi turno de enamorarme de la persona indicada, con ella vivo y no me interesa nadie más.



P:¿Te inspiras en alguien para dar vida a tus galanes?

R: Me gustaría que los hombres comunes y corrientes se sintieran identificados con mis personajes. Cary Grant y Michael Caine interpretaron a galanes durante toda su vida; hicieron personajes muy divertidos, que se acercaban más al común de los mortales, y eso es lo que yo quiero conseguir. Con la actuación busco acercarme a la gente, no alejarme.




(Publicado en Marzo 2011 por mari_c20, blog Jorge Enrique Abello)


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quinta-feira, 15 de janeiro de 2015

"Anita no te rajes" (Sinopsis)


Sinopsis:


"Anita no te rajes" es una divertida y agradable historia que relata las aventuras de Anita, una joven mexicana optimista y muy alegre que jamás se ha dejado vencer por las dificultades y que rige su vida bajo el lema de su fallecida madre: "Las Guerrero no se rajan".

Anita decide irse indocumentada a Estados Unidos para buscar a su tía, Consuelo Guerrero, único miembro de la familia que le queda y a la que puede acudir.



Consuelo se casó con un importante constructor de origen irlandés y es poseedora de una gran fortuna.

La verdad a la que la joven deberá enfrentarse es que Consuelo es su verdadera madre y que fue rechazada desde antes de nacer por ser el fruto de una violación.



En Los Ángeles, Anita conoce a Eduardo Contreras, un ingeniero que la salva en contadas ocasiones de comprometedoras situaciones relacionadas con inmigración.

Ambos continúan sus vidas por caminos separados, pero un día vuelven a encontrarse de manera casual en Miami.



Mientras Anita busca a su familia y trata de esconderse por su situación legal, surge entre ella y Eduardo un divertido y entrañable amor que tendrán que defender de las complicadas trabas impuestas por algunas personas que rodean su vidas...

... entre ellas la novia (esposa) de Eduardo, la malvada Ariana Dupont Aristizabal.



Veja mais na Wikipedia®



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quarta-feira, 14 de janeiro de 2015

"Eduardo Contreras" (2004)


En el 2004
Jorge Enrique Abello
es "Eduardo Contreras",
en la telenovela
"Anita, no te rajes".

Esta telenovela
fue producida por Telemundo
y filmada en el sur de Florida,
en Miami.



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terça-feira, 13 de janeiro de 2015

segunda-feira, 12 de janeiro de 2015

UNICEF Colombia 2003 (embajador)


En el año 2003,
Jorge Enrique Abello
es elegido como imagen
del mes de septiembre
de UNICEF Colombia,

por su labor en pro de los niños,
además de ser nombrado
Amigo (embajador)
de UNICEF Colombia.



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domingo, 11 de janeiro de 2015

En" Nueva York"


En el año 2003,
Jorge Enrique Abello escribe
para la revista GatoPardo (Colombia),
el siguiente artículo: 



“New York...New York! cantaba Liza Minelli en body de sacoleva y medias veladas color noche, abrazando con las pantorrillas la realización de un sueño... y Nueva York... Nueva York canté yo destemplado viendo cómo ese sueño se me convertía en pesadilla.

Todo comenzó en un aburrido abril de 1985 en Bogotá, las lluvias se habían adelantado a los pronósticos del tiempo con sus aguaceros filudos de salida de la función de las tres de la tarde.
El Teatro Almirante en sus últimos estertores filmográficos aún presentaba su ciclo anual de Woody Allen. Allá íbamos siempre los mismos cuatro gatos a reírnos con el “pequeño judío pelirrojo” y su paranoica mirada del mundo y allí, junto a él, descubrí por primera vez: a Nueva York.

A través del ojo de buey de una cámara Panavision de 35 mm, manejada magistralmente en blanco y negro por Gordon Willis, al ritmo de Rapshody in Blue y del mismo Allen. Era Manhattan, de 1 hora 36 minutos, la obra maestra del creador de Zelig y Sleeper.

El trampolín para Mariel Hemingway, diosa con senos de durazno de los años ochenta, y la impronta imborrable y andrógina de la bella Diane Keaton.

Al salir quedé prendado del afiche de la película y en medio de las luces parpadeantes que lo rodeaban soñé que el puente de Brooklyn era infinito, la niebla tapaba la otra orilla en la foto, pero era infinito.

Algún día estaría en Nueva York, sentado en una banca en la ribera del Hudson con el aire pegándome en la cara y media sonrisa de villano entre los labios, sintiéndome “El enemigo público” número uno. 

“Ya lo verán todos”, me dije; pero qué lejos estaba esa tarde de mayo de 1985 de mi primer viaje a la esquina del mundo. 

El tiempo pasó y mis referencias de la Gran Manzana fueron creciendo como las ilusiones de fuga en un cautivo. 

Diez y seis años después, indigestado ya por los cines, el periódico y la televisión, me lancé con mi esposa a ese lugar común de mis sueños que compartía con millones de personas tan poco originales como yo.
Sentados con tiquete de primera en un avión de cuarta y con atención de quinta en una aerolínea gringa cuyo nombre mi memoria olvida, recordé que a veces uno debe salirse de sí mismo para verse y reconocerse. 

“Qué mejor lugar que un avión para hacerlo me dije”. Lo hice y ¡ Oh sorpresa!... se me notaba el subdesarrollo, no “la tierra”, de la cual me siento orgulloso, sino el subdesarrollo.

Parecía muñeco de ventrílocuo en tierra de gigantes, todos eran enormes y serios.

En todo el vuelo el único comentario que se escucho fue el de un coreano en la parte trasera que celebró con un eructo la champaña con jugo de naranja y el maní que nos dieron en la entrada.

El cielo sobre la confederación se extendía azul, azurro, como dicen los italianos, resplandeciente, y ahí estaba yo, volando hacía Nueva York, con media Norteamérica a mis pies (momento único y feliz) y mi inglés de colegio bogotano: pollito; chicken, esfero; pen. “ Soy el rey del mundo”, dije en voz baja, emulando a Leonardo Di Caprio en una ataque de cursilería.

Pero como dice Aristóteles: “ La alegría está a un paso de la tristeza”. Y ahí también estaba yo... cordilleras de nubes se enredaron en el cielo, monstruosos cúmulos nimbus nos rodearon en un momento y, como Di Caprio, naufragamos en picada balanceándonos en la tormenta.

Parecíamos un calamar gigante buceando en un mar de tinta sin ver absolutamente nada.

Nos avisaron que estábamos a punto de aterrizar, pero yo aún no veía nada. Ni rascacielos, ni puentes ni avenidas, nada, sin novedad en el frente.

Tomé la mano de mi mujer aterrado, sumido en la oscuridad de la turbulencia y me asomé a la ventanilla que, para los que le tenemos miedo al avión, es el equivalente a meter la cabeza en las fauces de un tiburón blanco.

Busqué por todas partes la ciudad mientras descendíamos, pero nada otra vez. En el jet todos mascaban chicles, impasibles, mientras yo trataba de buscar un lugar donde aterrizar lo más rápido posible.

De pronto y a lo cowboy, el piloto puso el avión en la pista o más bien depuso el avión en la pista porque lo mandó a toda madre contra el pavimento.

La pesadilla había terminado, la portezuela se abrió y por fin sentiríamos el romántio aroma de Nueva York y nos embriagaríamos de Chanel No 5.

Treinta minutos después, hipnotizados frente al sinfín de las maletas y en medio de la bruma inodora que produce una tormenta cuando se acerca, confirmamos lo peor.

Las maletas se habían perdido, nuestro equipaje había tomado un destino diferente al de nosotros y a esa hora seguro estaría viajando hacía el Yukon o El Paso, huérfano de quienes lo necesitábamos tanto, Noventa minutos (como un partido de fútbol) tardamos en ponernos de acuerdo con la encargada del equipaje y su plano escalextric con mil doscientas formas de maletas diferentes.

La verdad, para ese momento, yo sólo quería hacer un retrato hablado del idioma de la aerolínea que no había mandado nuestro equipaje. 

Cadena perpetua para ese infame monstruo que me había dejado en pelota “ad portas” de mi sueño. 

En fin, con las manos vacías y camino al exilio en nuestra ropita veraniega tomamos un taxi. Un instante después de tocar la calle pensé: “ Walt Disney es un mentiroso”; que en primavera brilla el sol sobre las copas de los árboles, que los pajaritos revolotean enamorados en torno a Bambi alentados por un Cupido.Nooo... el frío nos calló la boca y nos rajó el alma.

Rápidamente nos subimos al primer taxi de la fila y nos dirigimos a Time Square en el corazón de Broadway. Teníamos reserva en el Marriot Marquesse del centro.

Totalmente desorientados y al mando de un guía indio de turbante y parloteo jeringonza nos adentramos en ese gusano enorme que es Manhattan.

Asomados por la ventana del auto en la ciudad de los rascacielos no pudimos ver ninguno, la niebla tapaba sus cuerpos de acero y concreto como si fueran montañas, apenas se distinguían las luces de los semáforos y nuestros ojos chinos de incomprensión,

“¿Dónde está Nueva York?”, me preguntaba frente a la puerta giratoria del hotel que me tocaría tomar por asalto para poder entrar sin chocar contra sus paredes de vidrio.

“¿Dónde estoy yo?”, me pregunté ya adentro del hotel colgado de una escalera eléctrica diseñada como por Echer y rodeado por cientos de muñecos de gabardina, paraguas y diario vespertino con la seguridad de saber para donde iban. 

¿Qué significa este cuarto?, impersonal, oscuro, de nevera encadenada a la pared y con vista al parqueadero. 

¿Por qué no revisé Lonely Planet antes de venir acá? 

Porque no iba para Kenia me dije, iba a la mamá de las ciudades del mundo, allá todo estaría escrito, dado y el clic sería inmediato. 

¿Qué paso?...

Sin lavarnos los dientes y con el ánimo por el piso decidimos hacer un reconocimiento del terreno. Eran las cinco de la tarde sobre Times Square, los avisos de neón ya estaban prendidos y relampagueaban en la superficie de los charcos. 

Todos los taxis de la gran ciudad se habían dado cita en esa calle y se arrumaban haciendo sonar las cornetas en la frontera de los pasos cebra. 

El edificio de Nasdaq viajaba por el tiempo ante nuestra mirada, mientras una pantalla electrónica sacada como de Blade Runner dejaba caer en croll un letrero que decía:

“Usted es el eslabón más débil”. Un bálsamo para el alma el letrerito, especialmente para mí que no era él más débil sino el eslabón perdido. 

La depresión aumentaba como el flujo de gente. Ya a las cinco y treinta entró a esa esquina la persona número ocho millones y quedamos todos cuerpo a cuerpo, arrastrados hacia el sur sin apoyar los pies en medio de la multitud. Varias cuadras después pudimos asirnos al paraguas de un puesto de perros calientes manejado por un iraquí tuerto y así, en medio de la multitud, descubrimos el “hot dog con mostaza Dijon”. Ah cosa buena; ah, manjar de los dioses, “give me other, and other, and other”. El hot dog del iraquí nos llenó de fuerza, de esperanza, andaríamos por las calles arrastrados por el viento, mas no por el tumulto, sin miedo a la tormenta, sin cara de turista japonés, como paridos en esas calles. Times Square se apoderó de mí, de mis pasos y no tuve otro remedio que sacar a ese Tony Manero que desde los años setenta me habita. Con movidito de hombros, nalga apretada y brincadito al caminar hice de mi boca un pico y por la misma avenida de Fiebre de sábado en la noche caminé a la John Travolta con el zumbido de los Bee Gees en mis oídos. En las vitrinas se reflejaba mi andar “Disco” desaparecido hace dos décadas y ahora de retro gracias a mi inspiración. Me detuve frente a una tienda de MTV para peinarme el copete mientras sonreía a media cara y en el reflejo del vidrio regresé al presente. A mis espaldas dos mastodontes le dieron fin a la película. Vestidos de sudadera y cargados de oro me miraron impasibles. Sus puños apretados me convencieron de que Travolta había envejecido y que ya no era creíble. Sus pañoletas del mismo color vaticinaban lo peor, había llegado a territorio de pandillas con mi caminadito maricón. Suavemente y como si me encontrara en Bogotá me di vuelta y saqué la billetera lentamente del bolsillo para entregarla y no ser golpeado. “ Donde estos me toquen, me matan”, pensé temblando. Uno de ellos el más bajito, movió sus 130 kilos hacía mí y en la cara, que yo ya veía en franca reconstrucción, me dijo:
-Armando, mami siempre ve tu telenovela, se llama Rita, y es de Puelto Rico...que si le mandas un autógrafo. Mi hermano Walter y yo nunca nos la perdemos, ¡qué incordio eres chico!
Qué vergüenza, qué falta de cortesía, usé la billetera como apoyo y les firmé el autógrafo a esos pobres muchachos víctimas de mi malicia indígena para que se lo llevaran a su mamacita. ¡Qué paradoja!, no sólo yo desconfiaba de la ciudad, ahora la ciudad desconfiaba de mí, era mejor para el guerrero irse a reposar y esperar el alba del nuevo día y así lo hice.

Nuestras maletas llegaron al hotel, con gran alborozo nos vestimos de invierno con chaquetones y bufandas y como en un cuento de Navidad de Dickens salimos a la aventura nuevamente. La ciudad estaba helada, nadie se había movido de su puesto, ocho millones de almas seguían paradas en la misma esquina. Sólo nosotros dos teníamos rumbo fijo: el Guggenheim Museum era nuestro siguiente objetivo. Compramos los tiquetes del bus a sesenta y cuatro dólares!, ¿a qué hora sucedió esto?, ni que nos fueran a llevar en helicóptero, pero ¿cómo dejamos que esto pasara?, era el pasaje de autobús más caro de la historia y lo pagamos muertos de la risa, inocentes, incautos, pero ¿acaso los ladinos no éramos nosotros por tradición?, ¡qué despropósito! Tuvimos que esperar media hora en medio de un tráfico infernal dirigido como por un epiléptico para darnos cuenta de que lo que habíamos comprado era un tour por Harlem que terminaría en el museo. De micrófono en mano, mirada fría, encías grandes y rosadas, la directora cincuentona de la excursión me escogió a mí como el más aplicado de la clase y me dedicó su perorata turística sin descansar. Su voz era de ratón de tira cómica y sus cejas se arqueaban como un puente levadizo para subrayar cada maravilla arquitectónica de un Harlem fantasmal y rezagado por el tiempo. El fastuoso bus rojo se detuvo en un mercadito árabe y nos invitaron a bajar y comprar algunos souvenirs. Presos del miedo ante la mirada desértica y cóncava de los vendedores de la kermesse de Oriente medio, decidimos no bajar, ninguno se parecía a “ Los trotamundo de Harlem”, o a Ella Fitzgerald y mucho menos al carismático “Satchmo”, más bien parecían guardias del sheik con las caras largas por la pérdida de su camello preferido. Me sentía como una foca vieja abandonada flotando a la deriva, esperando divisar una isla para comer y pernoctar o una orca para acabar de una vez con tanto sufrimiento. Como tres horas después y con el estómago pegado al espinazo apareció mi isla: el Gunggenheim, maravilla del mundo moderno, guardián de los tesoros del arte contemporáneo, vestido de blanco como el castillo del rey Arturo en Camelot y con su infaltable carrito de perros caliente al lado, el cual atacamos como bucaneros hambrientos. La tarde se abrió paso entre las nubes trayendo un sol anacrónico de verano, bello pero sofocante. Sudorosos y abrigados como para un viaje a la luna caminamos como astronautas sin gravedad en el interior de ese caracol que aloja a Picasso, Chagall, Pollock, Warhol, Lichtenstein y lo mejor de la vanguardia del último siglo. En la ciudad del futuro habíamos hecho un viaje al pasado. Me sentía tranquilo por fin, es esa ciudad sin raíces, viajando en taxi por calles de perspectiva infinita y con la nuca petrificada de mirar hacia arriba para ver si descubría dónde terminaban los edificios y comenzaba el cielo. Pero el cielo en Nueva York se encuentra en sus teatros, plagados de estrellas anónimas, de soñadores y de verdaderos actores que se alejan del cinematógrafo para sentir otra vez la respiración de la gente en la oscuridad. Allí quería estar yo, en medio de esas constelaciones. Codo a codo con Pacino, con De Niro, Spacey o Sinise, que estaba de temporada en ese momento, pero no había boletas, tocaba reservarlas con tres meses de anticipación, todo lleno hasta las banderas, un banquete ante mis ojos y yo sin invitación. Cabizbajo, me mezclé con el rebaño de ovejas y me fui a ver “ El Fantasma de la Ópera”-el lugar común-. Con boleta revendida, puesto esquinero y visión parcial de columna, me senté con los demás turistas japoneses para ver la historia de ese depravado de capa que oculta la monstruosidad de su cara tras su máscara de cartón piedra. Odio los musicales porque soy sordo y porque no entiendo qué hace la gente cantando como loca en medio de la vida real. Pero lo que verdaderamente me pudrió la sangre es que me gustó, hasta me sentí identificado, compré el disco como todos al final y se me aguaron los ojos cuando cayó el telón, pobre fantasma, hasta mejor que me hubiera cantado sus penas, no hubiera soportado una obra experimental con semejante drama a cuestas. Por ahí nos fuimos tarareando en la calle el tema principal, buscando algún restaurantico donde comer y lo encontramos, se llamaba Sardys y no se merece el diminutivo. Es el restaurante de los actores en Broadway. Quien es famoso tiene su caricatura en Sardys. Afortunadamente me encontré con un mesero colombiano que me reconoció y me dio la mesa del señor Pacino que esa noche no iba a comer por allá –fue lo más cerca que estuve de él-. Para qué digo mentiras, me sentí como un dios, se me olvidó todo lo malo que había pasado y ebrio de las conquistas de ese día me fui a dormir. Al otro día salí a la calle, veterano, con caminado vaquero, los ojos tras las gafas oscuras a lo Eastwood, o ellos o yo, pensé, en este pueblo chico yo soy el más rápido. Casi me toca comerme mis palabras al almuerzo. Fuimos a un restaurante italiano llamado Guinos en busca de su famosa “Salsa sorpresa” que nos había recomendado un amigo. Los dueños de la trattoria parecían Sopranos; ojeras largas, piel verde, mirada vidriosa y manos de carnicero. Todo esto enmarcado en un papel de colgadura de caballitos rojos, rucio por los años. No nos quitaron la vista de encima, al mesero del lugar no le gustó nuestro acento y mucho menos que estuviéramos averiguando por la “Salsa sorpresa”, le parecimos sospechosos y él mismo escogió nuestros platos que en un par de minutos estuvieron listos con postre, café, cuenta y todo, mientras que las otras mesas eran atendidas como en cámara lenta, con sonrisas fraternales y venias, un vinito cortesía de la casa, café árabe para la mesa cuatro y un taxi para los infiltrados de la mesa trece. El restaurantico familiar atendido por su propietario fue un drive thru de lo más veloz y hasta hoy una gran incógnita en nuestras vidas. Que el MOMA, que el Metropolitano. De “Noche Estrellada” de Van Gogh a los pequeños formatos de Vermeer; tumbas egipcias, armaduras antiguas, Nenúfares, Señoritas de Avignon, los de La Guarda con sus delirios del cielo, Chagall y sus mujeres azules, el barrio chino y sus mujeres amarillas, Soho con Marylin y desayuno casero, el Village con su calle de los zapatos, las galerías con sus vendedores postmodernos de voz grave y mirada metalizada. ¿A cuánto este cuadro? -A doscientos. -No me alcanza ¿no le puede rebajar? -No, pero se lo tengo exactamente igual pero más pequeño...¿Se lo lleva? -No, gracias pensamos que era un original -Lo es... -(¿?)

Habíamos pasado una semana mordiendo la Gran Manzana, extraño lugar que rompía la regla, aquí los edificios hacían la ciudad, no las personas, ellas sólo parecían habitar su soledad y su propio afán. Al fin pude conseguir boletas para la filarmónica que esa noche, nuestra última noche, se presentaría con un concierto de Tchaicovsky y un artista contemporáneo desconocido. Elegantes para la ocasión llegamos al Lincoln Center, donde en la Ópera se presentaba Plácido Domingo con Falstaff y aún había boletas revendidas. Lo dudamos por un instante, pero nos ganó la flema bogotana. Qué arrepentimiento, lo de Tchaicovsky fue aburridísimo y para poder aguantarse completa la obra tocó empacarse tres vodkas, “Wooong...tuuun...piii... furururo, furururo”, tocaba la orquesta mientras yo cabeceaba. Después de hora y media de ruiditos inconexos el geriátrico público que nos acompañaba y yo fuimos despertados por un coro de cómo ciento cincuenta personas que al unísono cantaron en un lánguido do “ I love you” y finalizaron la pesadilla.
Siete meses después a las 8:30 am me desperté con la noticia de que Nueva York había sido atacada, CNN mostraba desde un hermoso ángulo de la estatua de la Libertad cómo colapsaban las Torres Gemelas y atónito me di cuenta de que nunca conocí ninguna de las do edificaciones. El World Trade Center ya no existía y yo ni siquiera lo había visto cuando seguramente lo tuve en mis narices.
Un comando fantasma le había ganado la guerra a Estados Unidos y todo su poderío en quince minutos fulminantes y con un cortaúñas. ¿En qué ciudad había estado yo?, me pregunté. Desesperado y confundido corrí al viejo Teatro Almirante en busca de respuestas, pero allí ya no había nada, el cinematógrafo había sido derruido y en su lugar se había erigido un supermercado de cadena. El orden mundial había cambiado, las palabras ciudad y terrorismo tenían otro sentido, el lugar más seguro del mundo ya no lo era, sólo atiné a preguntar: ¿La estatua de la Libertad, por favor? Y aún hoy no tengo respuesta."

Revista GatoPardo Colombia 14 Mayo 2003
(Transcripción Foro Comunidad Oficial Jorge Enrique Abello, 2007)


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